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miércoles, julio 10


Estaba solo, un día más.
Se sentía perdido, desolado. No había quién le acompañara ese día. Tal como eran todos los días de su vida, desde que su padre partió.

Tebahn Lennon, un joven de tan solo 20 años era el más solitario del pueblo. Todos los días se paraba frente a la ventana de su habitación mirando como todos compartían distintas charlas, hablando de gustos, estados de ánimo o cosas tan simples como preguntar por la hora. Pero a él, nadie podía entenderlo ¿es que acaso estaba tan loco?


Cada mes pasaba Nyarlathotep, un extraño ser con muchas lenguas, cuyo propósito era administrar un nuevo lenguaje a los habitantes del pueblo, a cambio de que estos le entregasen sus conocimientos, sus palabras, todo. Entonces, él ponía sobre las cabezas de ellos una de sus lenguas y hacían el cambio. La persona olvidaba por completo su lenguaje anterior.


En la mente de Tebahn no había forma de entender por qué lo hacían. Desde que tenía conocimiento él estaba interesado por la lectura. Su primer libró lo leyó con su padre, quien había fallecido un par de años atrás. Por otro lado, su madre se separó de ellos debido a que no pudo seguir aguantando el hecho de que todos pudiesen socializar excepto ellos. Un día ella decidió cambiar lenguas con Nyarlathotep y desde entonces no pudo tener más comunicación con su unigénito ni con su esposo. Este se encargó de criar a Tebahn, instruyéndolo en el saber y en la lectura.

Al morir su padre, Tebahn buscó consuelo en los libros que su mismo padre escribió. Pasó horas, días, meses leyendo hasta acabarlos todos. En los siguientes años se dedicó a escribir y editar. Empastar libros que nadie jamás leería, porque nadie más que su padre podía entenderlo y él ya no estaba para hacerlo.

Ese día la gente estaba a la espera de Nyarlathotep, pero pasaron las horas y este no llegó, todos estaban asustados, no sabían que podía pasar si no intercambiaban lenguas aquel día. Pero nada pasó, continuaron hablando como siempre a la espera de la siguiente semana.

Tebahn ese día decidió salir, estaba angustiado, ahora que no tenía a su padre, nada más para leer, ni alguien que comprendiese sus libros, se sentía fatal. Necesitaba mostrar lo que de su imaginación brotaba, lo que de su corazón fluía al tomar un lápiz y comenzar a trazarlo en papel. Como era costumbre, la plaza principal estaba copada de gente a la espera de Nyarlathotep, hasta que finalmente este apareció. El bullicio era enorme, nadie quería quedar fuera y no comprender más lo que la gente a su alrededor pudiese hablar -tal como le pasaba a Tebahn-. 



Estaba decidido, ese día quería entender al resto, quería ser entendido por ellos. Aún así se sentía mal, olvidaría cómo leer todos los textos que su padre había escrito, todo lo que él mismo había escrito. No podía negar que echaría de menos todo eso, o quizás no... pero en aquel momento solo tenía en mente saciar aquella soledad en la que se encontraba viviendo. No podía más.

La fila avanzaba, no se arrepentiría ahora de hacerlo, solo quedaban tres personas delante de él y pronto podría conocer la situación de todos.

 ▬ ¡Detente Tebahn! -oyó una voz a lo lejos.

¿Era posible? Había entendido aquello. ¡Alguien hablaba su misma lengua! Volteó en dirección de aquella voz y se encontró con un par de ojos grandes y oscuros, escondidos detrás de anteojos de fino cristal. Una chica de al menos dos cabezas más baja que él. Le miraba con asombro y esperanza a la vez. Se apresuró a quedar frente a ella y entonces comprendió que ya no necesitaría cambiar su lengua y olvidar todo, había alguien que le entendería por completo y lo más seguro, se sentía hasta ese momento igual que él.

Una fuerte explosión a sus espaldas los llevó a ver qué sucedía. Nyarlathotep había desaparecido por completo, dejando a todo el pueblo con distintas lenguas, horrorizados por no poder entenderse unos a otros.

Tebahn y su nueva compañera se miraron, sabiendo que su nueva misión era recuperar la comunicación en el pueblo. Con todo el conocimiento que ambos tenían podían lograrlo. Entonces comenzaron a tranquilizar a todos, poco y nada podían entender pero lo hicieron. Una vez todo el pueblo reunido y en calma, prosiguieron con la tarea de intentar que éstos entendieran los elementos básicos del lenguaje.

Y así fue como gracias a Kay Abie -la pequeña chica de anteojos- Tebahn, pudo librarse de olvidar su lengua y quedar igual de analfabeta que el resto. Desde ese día ambos comenzaron a brindar clases al pueblo y de a poco, comenzaron a entender, sintiéndose felices por sus logros.

De esta forma se propagó el lenguaje que Tebahn Lennon hablaba: El castellano.



Cuento creado por mí, para la asignatura de Literatura Latinoamericana.


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